Se suele decir que en medio ambientecualquier gesto cuenta, por pequeño que sea. Pero, al margen de buenas intenciones, la pregunta es: ¿merece de verdad la pena preocuparse por acciones que suponenconsumos de energía muy reducidos? En los comentarios de uno de los últimos posts, algunos lectores consideraban exagerado un estudio llevado a cabo en Francia para medir el impacto de enviar un correo electrónico, realizar una búsqueda en Internet o utilizar un pendrive. ¿Estamos perdiendo el tiempo con lo superficial mientras se nos escapa lo realmente importante?
Para responder a esta cuestión empiezo por llamar a la institución francesa que encargó la investigación sobre el correo electrónico. “Parece que todo contamina, que todo tiene un impacto… Pues sí, es cierto. Vivimos en una sociedad que consume energía para todo, por eso hay que prestar atención a nuestros gestos”, aseguraPierre Galio, uno de los responsables de la Agencia del Medio Ambiente y Control de la Energía (Ademe) de Francia. Una de las conclusiones de aquel estudio era que enviar un email desde un ordenador en Francia(1) a un único destinatario y 1 mega de peso implica emitir unos 19 gramos de CO2. ¿Una cantidad muy pequeña? Por comparar, un coche moderno vendido en el año 2010 en Europa emite de media unos 140,3 gramos de CO2 en un solo kilómetro. Es decir, que para que saliesen por el tubo de escape 19 gramos bastaría que sus ruedas recorriesen 135 metros.
En el libro 'Energía sostenible - Sin palabrería' ('Sustainable Energy-Without the Hot Air'), el profesor de la Universidad de Cambridge David MacKay analiza el gasto de dejarse enchufado un cargador de móvilun día entero. Según ironiza el autor, esta conducta se considera a menudo como delictiva (pues una vez completa la batería del teléfono o cuando no hay teléfono, el cargador enchufado sigue consumiendo electricidad de forma inútil). Sin embargo, asegura que la realidad es que uno de estos aparatos gasta solo 0,01 kilovatios hora (kWh) al día, tanto “como la energía que se consume al conducir un coche normal durante un segundo”. MacKay no pretende que la gente deje de desenchufar los cargadores, pero cree que los pequeños gestos no sirven de mucho. “Obsesionarse con desenchufar el cargador es como achicar el Titanic con una cucharilla”.
Volvamos al estudio del correo electrónico: Para Galio, “aunque el impacto unitario de enviar un e-mail puede parecer ridículo, cuando se multiplica por decenas de correos todos los días el gasto de energía o las emisiones son ya muy superiores”. En concreto, como explica este ingeniero, el estudio estima quetodos los correos enviados por un empleado francés(2) al cabo de un año suponen unos 137 kilos de CO2, una cantidad que no está ya tan lejos de los cerca de 190 kilos que emitiría el coche de antes si se condujese de Madrid a París para conocer en persona a Galio. Y todavía aumenta mucho más si se multiplica por todos los empleados de una oficina. El propósito no es, desde luego, que se dejen de enviar emails, pero el ingeniero francés incide en que el estudio realizado demuestra que sí se puede reducir el impacto prestando atención al peso de los correos, limitando el número de destinatarios o borrando de forma regular los mensajes. “No hay que volver a las cavernas, con el fuego, pero podemos actuar en nuestra vida cotidiana de forma responsable sin que suponga un fastidio enorme”.
¿Cuál de los dos expertos tiene razón? Aunque sea con una cucharilla, es cierto que se pueden conseguir ahorros significativos cuando el gesto se repite miles o millones de veces (así lo cree un directivo de Nokia sobre los cargadores de móvil que se dejan enchufados). Pero, también hay que ser conscientes de dónde se producen los mayores consumos de energía. “Resulta evidente que no tiene nada que ver el ahorro de poner una bombilla de bajo consumo con lo que gasta el coger un avión a las Bahamas”, incide el representante de Ademe. “Es importante empezar con los pequeños gestos, pero sin olvidar que las verdaderas claves son el transporte (el coche y el avión), el aislamiento de las viviendas y, en tercer puesto, los equipos de la casa: el frigorífico, la televisión, el ordenador…”.
Otro ejemplo llamativo: Una lavadora eficiente puede gastar 1 kWh en cada ciclo de lavado, bastante menos que otra que no lo sea. Sin embargo, ese ahorro se queda en nada cuando se compara con la energía que hizo falta para construir la vivienda donde va a enchufarse el electrodoméstico. Como ha estimado Alfonso Aranda, del Centro de Investigación de Recursos y Consumos Energéticos (CIRCE) de la Universidad de Zaragoza, mientras que el consumo anual de la lavadora puede ser de unos 150 kWh, para construir el simple metro cuadrado de vivienda donde se ponga el electrodoméstico se habrá utilizado el equivalente a gastar 192 kWh anuales en cada uno de los 50 años que se estima que puede durar la vida del edificio. “La mejora en eficiencia de la lavadora se queda en muy poco cuando se compara con los consumos grandes de energía, hay que replantearse el sistema”, incide Aranda, que no por ello cree que haya que dejar de intentar reducir el gasto de los electrodomésticos.
Según el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE), las familias españolas suponen cerca del 30% del consumo energético total del país, un 18% se va en la vivienda (en calefacción y equipamiento) y un 12% en el coche privado. Parece claro que una forma de conseguir ahorros realmente importantes es dejar el automóvil en casa y utilizar otros medios de transporte. Ahora bien, ¿acaso esteno es también un pequeño gesto si se compara con todos los automóviles del país, de China o de todo el mundo?
“Para interpretar bien cada cosa hay que dar con la escala adecuada”, incide el socioecólogo Ramón Folch, que habla del síndrome de la insignificancia: “Ninguno de nosotros por más que se esfuerce puede el solo condicionar nada, pero el todo es la suma de todas estas nadas”. Como explica, esta es una cuestión curiosa que proporciona "una coartada para no actuar”, pues ya sea desenchufando un cargador, cambiando bombillas o incluso dejando de usar el coche, una persona sola no va a cambiar la realidad. Eso sí, la realidad final será la suma de todos los gestos de cada uno.
Según Folch, resulta relativamente fácil actuar sobre las emisiones de dióxido de carbono de la gran industria cementera. En cambio, la contaminación difusa que generamos todos y cada uno de nosotros es muy difícil de controlar. Eso sí, convenientemente integrada la contaminación de las personas da un sumatorio mucho mayor que el de las cementeras. El socioecólogo catalán considera que hacen faltagrandes gestos en forma de políticas que hagan actuar a todo el mundo en una misma dirección, pero luego hay que traducir esto a escala de una persona. “El gran gesto sin su implementación en forma de pequeños gestos se queda como una consigna vacía”, incide. “Me resultan incómodas esas posiciones que sólo pretenden encontrar las soluciones a una única escala: hay que buscar la transversalidad entre las distintas escalas, colocando cada cosa al nivel que le corresponde”.
¿Y no son estos pequeños gestos un incordio que nos amargan la vida? “Se considera que la menor limitación es una privación de libertad. Es como si se dijera que las leyes son una limitación que nos impide vivir con libertad, en lugar de un sistema de valores que nos permite vivir juntos”, incide el representante de la agencia de estado francesa Ademe. “El problema es que en nuestra sociedad no hay límites de consumo, no hay límites de comportamiento. Los cambios de hábitos son difíciles, pero cuando se convierten en una costumbre se vuelven algo natural. Los pequeños gestos son un comienzo”.
Muy de acuerdo. Un buen articulo.
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