Consumidores de toda Europa están demostrando que es posible otro modelo energético basado en la cooperación social y en las tecnologías solares, eólicas y minihidráulicas.
Texto: Rafael Carrasco
El mundo está asistiendo en los últimos meses a un cúmulo de desastres y malas noticias que, paradójicamente, apuntan al fin del sistema energético sucio. La fuerte subida de la luz y de la gasolina, la marea negra en el Golfo de México, la crisis libia y los precios disparados de la gasolina o el fin del espejismo nuclear que ha traído la catástrofe de Fukushima demuestran que el mundo está abocado a otra energía. Y por si acaso las grandes compañías energéticas y sus lobbiescaen en la tentación de defender sus intereses aplazando ese cambio necesario hacia la energía del sol, del viento o del mar, colectivos ciudadanos de todo el mundo han tomado la iniciativa de formar cooperativas.
Las cooperativas energéticas nacieron en Europa en las primeras décadas del siglo XX, sobre todo, en Dinamarca, Alemania y el Reino Unido. Se trataba entonces de llevar la luz a zonas descuidadas por las nacientes compañías eléctricas, esto es, zonas rurales o ciudades medianas alejadas de las grandes urbes. Desde los años 90, se está produciendo un resurgir de este tipo de iniciativas, esta vez para obtener energía más limpia y –por qué no decirlo– más barata. En la región belga de Flandes, por ejemplo, la cooperativa Ecopower comenzó en 1991 a financiar pequeñas instalaciones hidráulicas, pero hoy genera 19.200 megavatios por hora para 21.000 clientes. Su capital tecnológico asciende a 200 paneles fotovoltaicos, cinco molinos eólicos, tres plantas mini-hidráulicas y una central de co-generación.
Enercoop Ardennes es otro ejemplo de esta tendencia en el pequeño país centroeuropeo. Esta cooperativa, creada en 2001, permite a los habitantes de la región invertir directamente en un parque de ocho turbinas eólicas de dos millones de watios cada una, construido en unas tierras agrícolas en régimen de alquiler y que será inaugurado en 2012.
En Francia, Enercoop distribuye energía renovable generada por productores independientes a sus 5.000 clientes. En Alemania, un grupo de mujeres creó en 1992 la cooperativa Windfang con el objetivo de gestionar instalaciones eólicas (cuatro aerogeneradores), solares e hidráulicas para generar su propia electricidad, unos 26 millones de kilowatios/hora. Samsø, una isla danesa de 114 kilómetros cuadrados y unos 4.000 habitantes, presume de ser autosuficiente en energía con sus once aerogeneradores de un megavatio cada uno, a los que han añadido nada menos que otros diez aerogeneradores marinos de 2,3 megawatios por unidad. Además, varias cooperativas vecinales gestionan centrales térmicas para calefacción.
También en Dinamarca, en el año 2000, una empresa de servicios municipales y una cooperativa ciudadana construyeron el parque eólico marino de Middelgrunden. Sus 20 macro-aerogeneradores producen 40 megawatios y participan del negocio más de 8.000 accionistas.
En el Reino Unido, una pequeña comunidad local en Dyfi Valley (Gales) instaló en 2003 la Pobl Pwr, la primera turbina eólica colectiva de este país. Los vecinos instalaron y financiaron el aerogenerador y se benefician ahora de la venta de energía a la red, por un lado, y de kilowatios más verdes y más baratos para ellos, por otro. Ante el éxito logrado, sus responsables han anunciado la construcción de una segunda turbina.
La tendencia llega a España
España también se ha subido a este carro de futuro. El pasado mes de diciembre se constituyó la primera cooperativa de energía renovable de España, Som Energia, a partir de una convocatoria vía e-mail del profesor de la Unversidad de Girona Gijsbert Huijink y de un centenar de alumnos y exalumnos. Por ahora son 450 los socios que se han unido a la iniciativa y hay casi 900 solicitudes de personas interesadas. Y la idea es alcanzar los 2.000 socios a finales de año. De entrada, Som Energia comprará electricidad a poductores renovables para ofrecerla a sus socios y, más adelante, con los beneficios que se obtengan, invertirán en sus propias plantas de biogás, molinos de viento, placas solares y tecnología de ahorro. Este mismo verano, los socios pueden disfrutar de energía doméstica procedente exclusivamente de tecnologías renovables, pero no solo de Girona o de provincias próximas.
“Tenemos socios de Madrid, Galicia, País Vasco, Valencia y otras comunidades –explica Marc Garfella, socio y miembro del consejo rector–, solo hay que rellenar un formulario por Internet y aportar 100 euros al capital social”. A partir de esa magra aportación, el socio tiene derecho a comprar la energía producida con instalaciones verdes y a precios normalmente inferiores a los del mercado y, además, podrá invertir en los proyectos de producción a pequeña escala y obtener una rentabilidad por la venta de electricidad, como cualquier otra inversión. Además, recibirá asesoría para ahorrar energía, por ejemplo, y podrá participar en compras conjuntas de material relacionado con la producción energética, que siempre salen más baratas que comprando cada uno por su cuenta.
“De momento –cuenta el portavoz de Som Energia–, somos comercializadora de energía, y ya estamos en contacto con otras comercializadoras para comprar energía verde, pero queremos que el máximo de producción sea propia. En junio o julio puede que ya haya kilowatios verdes en nuestra cooperativa”.
Siguiendo este ejemplo, aunque de un modo mucho más modesto, vecinos del concejo asturiano de Lena agrupados en la asociación Escanda han organizado diversos talleres para construir equipos solares, eólicos o de biomasa. Por ejemplo, han construido e instalado un molino de viento casero que da para alimentar unas cuantas bombillas de bajo consumo. Es una máquina pequeña, de 100 watios, que es resultado del curso “Cómo Construir un Molino de Viento” que se imparte a vecinos y socios, pero también a institutos de secundaria. Con la misma filosofía, se ha instalado una ducha solar que funciona a partir de placas solares térmicas, una bicilavadora (con pedales en vez del motor eléctrico) y un sistema de calefacción central para agua caliente a partir de leña.
Una historia que viene de largo
Todo esto de las cooperativas energéticas (fundamentalmente, eléctricas) puede parecer algo muy moderno y lo es, pero tiene su historia. En España hubo más de 2.000 cooperativas eléctricas antes de la Guerra Civil, todas ellas nacidas para resolver la falta de suministro en muchas ciudades apartadas de las primeras grandes redes (a los pueblos tardaría mucho más en llegar la electricidad). Aquella explosión de cooperativismo fue cediendo para darle todo el pastel del gran negocio eléctrico a Iberduero, Unión Eléctrica y demás compañías que, con otro nombre y parecidos consejos de administración, siguen hoy manejando este negocio. De aquellas pioneras resistieron solo 20 en toda España, y de ellas, 15 en la Comunidad Valenciana: San Francisco de Asís, en Crevillente, Algimia de Alfara, Catral, Biar, Callosa de Segura, Castellar, Guadassuar, Alginet, Chera, Sot de Chera, Vinalesa, Meliana, Museros, Almenara y El Serrallo de Castellón.
Estas cooperativas son hoy un ejemplo de buena gestión ya que, no solo han sabido aguantar las continuas trabas de la Administración y las compañías eléctricas, sino que, encima, venden más barata la electricidad que cualquier compañía convencional. Y cada vez más tienden a invertir en instalaciones renovables o de co-generación, mucho más asequibles que las grandes centrales térmicas o hidroeléctricas.
Las cooperativas que existen en la Comunidad Valenciana cobran a sus asociados unas tarifas que, por término medio, son un 15% inferiores que las de las compañías vendedoras de kilowatios. Para aquellos que dudan de la rentabilidad de las renovables hay que destacar el hecho de que, cada vez más, la fuente de kilowatios a la que acuden estas entidades son tecnologías solares, fotovoltaicas, biomásicas o mini-hidráulicas, y lo cierto es que los asociados pagan la electricidad más barata de España. Además de producir electricidad, estas entidades adquieren la electricidad en el mercado general, como el resto de distribuidoras, pero, en el proceso de comercialización, consiguen importantes ahorros –no precisan tanto marketing ni burocracia inútil como Iberdrola, Endesa y compañía– que trasladan a sus asociados. Desgraciadamente, son muy pocas las entidades de este tipo que no han cerrado o fueron absorbidas por las grandes eléctricas, pero si nuestros abuelos fueron capaces de alumbrar iniciativas complejas para tener luz en casa, ¿por qué no vamos a crear nosotros cientos de nuevas cooperativas para alumbrar una energía limpia y renovable?
El mejor ejemplo de todo esto es la Cooperativa Eléctrica de Consumo Benéfica San Francisco de Asis. La mayor enercoop de España fue creada en 1925 en Crevillente y hoy da servicio a 14.000 abonados de esta localidad alicantina. En la última década, ha emprendido, como otras, un interesante camino hacia pequeñas y medianas instalaciones renovables. De hecho, dispone de un huerto solar (El Realengo) con nada menos que 59.000 placas fotovoltaicas que produce 21 millones de kilowatios por hora para abastecer a la mayor parte de esta población, seguramente, la más solar de España.
“El Realengo –explica Isabel Mas, ingeniera responsable de proyectos energéticos– es un proyecto que comenzamos a finales de 2007, con una potencia de 13 megawatios que abastece al 80% de los hogares del municipio”.
Pero, además, según explica la ingeniera, San Francisco de Asís tiene el huerto solar La Barrosa, cuyos 15.600 módulos producen cada año 4,5 millones de kilowatios/hora. Y está en proyecto una planta fotovoltaica más, Cova del Pí, de tres megawatios de potencia y que se está viendo retrasada por la actual incertidumbre regulatoria de la energía solar. La Residencia La Purísima, como otros edificios de la entidad, produce igualmente corriente con sus 90 placas solares de la azotea. Y, por si fuera poco, apuestan por soluciones minihidráulicas como el salto de agua de Calasparra (Murcia) y algunas otras mini-centrales hidroeléctricas en el resto de España y en Portugal. Y, para envidia general, la cooperativa cobra a los abonados domésticos e industriales entre un 13 y un 15 por ciento por debajo de las tarifas de las grandes compañías, y los beneficios se reinvierten en obras sociales que permiten hoy a los crevillentinos disponer, entre otras cosas, de una residencia de ancianos, otra de disminuidos psíquicos, un tanatorio gratuito para los asociados, dos museos, un puesto de Cruz Roja o multitud de becas de estudios.
Más modesta, la Cooperativa Eléctrica Popular de Perales de Tajuña es una de las dos que existen en la Comunidad de Madrid y su historia arranca en 1928, tres años después que su colega de Crevillente. Abastece a 908 asociados del municipio y es una comercializadora pura, esto es, compra electricidad y la distribuye entre sus socios. Hace algunos años, explotaba un salto de agua con generación hidroeléctrica, pero con los trasvases que sufre el Tajo (el Tajuña es uno de sus principales afluentes), el caudal bajó tanto que ya no podía generarse electricidad. Y el embalse de Perales ya no ha recuperado la capacidad suficiente. Y, aunque quisiera producir su propia electricidad con instalaciones solares y eólicas, es imposible por ahora ya que, aunque parezca mentira, la normativa paisajística de la Comunidad de Madrid lo impide.
“La Comunidad de Madrid –explica Isabel Carmona, responsable de administración de la cooperativa peraleña– no permite instalar placas fotovoltaicas o aerogeneradores más que en tejados, fachadas, azoteas de fábricas, polideportivos y sitios así, nada de suelo, porque afirma que estas instalaciones son feas; así que nadie puede poner un parque eólico o un huerto solar en la región, pese al interés de la gente por generar electricidad limpia con renovables: se pide y la Consejería de Industria, sistemáticamente, lo deniega”. ¿Sería estéticamente aceptable para la Administración de Esperanza Aguirre la cúpula brillante de una central nuclear en Navacerrada o en Aranjuez? Que se sepa, ninguna norma autonómica lo impide. Ver para creer.
Cómo montar una cooperativa eléctrica
Tener las ideas claras y ser perseverantes, requisitos para llevar a buen puerto estos proyectos
Según la legislación española de cooperativas, cualquier ciudadano particular o colectivo puede financiar centrales hidráulicas, parques eólicos o plantas solares. Sin embargo, crear una cooperativa con ese fin supone un considerable esfuerzo. Por ello, las personas interesadas deben tener las ideas muy claras y ser perserverantes para no caer en el desánimo ante los muchos requisitos y no pocas trabas que va a encontrar. Téngase en cuenta que una cooperativa energética puede, no solo dar luz toda la vida sino que, en muchos casos –ahí estan las cooperativas centenarias de la Comunidad Valenciana–, los hijos y nietos agradecerán el esfuerzo. Además del planeta, claro.
Som Energia, por ejemplo, se ha constituido como cooperativa de consumo, la más adecuada en general para este tipo de iniciativas. En Cataluña, la ley impone un mínimo de 150 socios, lo que no es sencillo de entrada y puede retrasar bastante la puesta en marcha del proyecto. Darse de alta como comercializadora que compra electricidad a un productor y la vende o reparte entre sus socios, todo eso tiene sus trámites, pero tampoco es muy gravoso. Hay, eso sí, que hacer gestiones en cinco entes estatales distintos: OMEL, Red Eléctrica, Ministerio de Industria, Consejería de Industria y la Comisión de la Energía.
Si solo se es comercializadora de electricidad, se compra esta en el mercado, por ejemplo, a través de una empresa-agente. Luego, hay que decidir el modo de cobrar a los socios los kilowatios; lo habitual es pagar según el consumo mediante contadores.
Lo difícil empieza cuando además de comercializadoras, los cooperativistas quieren ser también productoras de energía. De entrada, la misma entidad no puede ser productora y comercializadora al mismo tiempo. “En nuestro caso –explica Marc Garfella, de Som Energia–, el plan es generar para cada instalación una nueva cooperativa, por ejemplo, la gente de Som Energia con los propietarios de terrenos o los tecnólogos”. Y desde ahí, hay que cumplir una docena de requisitos que exigen unas estructuras sólidas.
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